Saturday, November 27, 2010

Ocho Estudiantes de Medicina


Monumento en La Habana

Hoy no traemos actualizaciones en Guije, conmemoramos un día de luto en la historia de Cuba.


Monumento a los Ocho Estudiantes de Medicina
fusilados el 27 de noviembre de 1871 en la


“¿Has recorrido, en horas de la tarde o en las primeras de la noche, la calzada de San Lázaro en sus cuadras cercanas a la Universidad, o la de Infanta, hoy Avenida de Menocal, desde San Lázaro hasta San Rafael? Si lo has hecho, ¿no has encontrado con frecuencia grupos de jóvenes entregados a charla interesante, y a reír constante? ¿No has visto como en ocasiones parte de uno de esos grupos la frase intencionada para el amigo que llega, o la inocente burla para algún viandante?

“Sí te encuentras algún día con uno de esos grupos, míralo con afecto. Lo forman estudiantes de la Universidad de La Habana, una de las mejores de América. Esas charlas, risas, chanzas y maldades de que acaso hayas sido testigo, no son más que una manera de descansar del trabajo en las aulas y de las interminables horas de estudio, por lo general en estrecho cuarto de alguna casa de huéspedes.

“Casi todos esos jóvenes estudiantes son pobres. No sabes tú, a despecho de su reír constante, las miserias y trabajos que pasan lejos del hogar, del hogar que siempre es risueño y grato. Y esos jóvenes serán más tarde el médico salvador de vidas, el abogado que gustará ver la justicia tan alta como las palmas; el ingeniero y el arquitecto que tenderán puentes, trazaran caminos, levantarán edificios hasta el cielo, o el pedagogo que irá a decir por su isla amada cómo se debe enseñar y tratar a la niñez. Esos jóvenes de un modo o de otro serán mañana los inspiradores y directores de su pueblo.

“Hace años, tantos que por estos días murió el último de los actores de lo que te voy a contar, un grupo de jóvenes estudiantes del primer curso de medicina, niños casi porque entonces se entraba en la Universidad con menos edad de la que hoy se requiere, esperaba al catedrático de disección, es decir, el que les enseñaba a conocer el cuerpo humano prácticamente, estudiándolo en cadáveres.

“Junto al anfiteatro se encontraba el primitivo cementerio de Espada, de nichos adosados a la pared, cementerio clausurado en 1878 y en cuyo sitio hoy se alzan espléndidos edificios, muchos de ellos construidos en estos días.


“La espera se hace larga. Uno de los jóvenes trepa al pescante del carro que conduce los cadáveres, otro toma una flor. ¿Qué más pudo ocurrir?


“Pero en el cementerio hay un celador, perverso y amargado, que no gusta de las risas ni de los juegos de la juventud. ¿De qué chanza de algún joven estudiante quiso vengarse el celador ruin? No se sabe, pero es lo cierto que acusó a los estudiantes de haber rayado el cristal de la tumba de Gonzalo Castañón, el periodista procaz, bien amado de los voluntarios, que se creyó obligado, por defender a España, hasta a insultar a las cubanas. Gonzalo Castañón, a quien diera muerte en Cayo Hueso un cubano, un cubano que no gustaba de que viviera el que insultaba a sus hermanas.



“Llegó a los voluntarios lo del cristal rayado, y rugieron enardecidos. De nada sirvió que el Capellán del Cementerio declarase a Gobernador de La Habana que las marcas en el cristal de la fosa eran muy antiguas.


“El Gobernador se personó en la clase del segundo curso, acusando a los alumnos y queriendo llevarlos presos, pero con valor y decisión se opuso a su intento el profesor Bustamante.


“Y fue López Roberts a buscar entonces culpables al primer curso, y allí encontró a un Dr. Valencia que, cobarde, favoreció sus deseos. Cuarenta y cinco de sus discípulos partieron para la cárcel.


“Hay silencio en los hogares cubanos. En las tiendas de españoles y en las calles todo es bullicio. Los voluntarios están de parada. Termina ésta, y no se disuelven. Van para la Plaza de Armas a gritar, ebrios de odio y de vino, y a pedir las cabezas de los detenidos. Después, todo ocurre a la carrera.

“El Primer Consejo de Guerra, formado por jefes y oficiales del ejército, y estando encargado de la defensa de oficio el Capitán Capdevila, quien luchó con denuedo para evitar que la comisión de un crimen manchara su bandera, condenó a prisión a varios de los acusados.


“Pero la fiera no está satisfecha. Ha pedido vidas, y no se conformará con otra cosa. Y Crespo, el Segundo Cabo, forma otro Consejo de Guerra, integrado en su mayor parte por oficiales de voluntarios. Y cinco jóvenes son condenados a muerte.

“Rugen de nuevo los voluntarios. Cinco vidas son pocas. Y se designan por la suerte tres estudiantes más, para ser inmolados. Y uno de los sorteados, Carlos Verdugo, el día de los hechos estaba en Matanzas. Pero nada importa. La fiera quería sangre de niños cubanos.

“¿Qué explica tan horrendo crimen? Los jóvenes estudiantes no habían hecho armas contra España, ni eran conspiradores. No habían rayado tan siquiera el fatídico cristal. Que si lo hubieran hecho, no sabemos que tal cosa se pueda castigar con la pena de muerte.


“Pero los jóvenes estudiantes tenían para los voluntarios culpas infinitas que pagar, eran criollos; pertenecían a la clase culta del país, la que mejor podía darse cuenta del mal gobierno colonial; llegarían a profesionales y serían de los muchachos de la acera del Louvre, y acaso muchos se irían a la manigua. Para los voluntarios, tan torpes, tan brutos y tan ebrios de odios y de vino, en todo ello había bastante para merecer la muerte.

“Y murieron, el 27 de noviembre de 1871, Carlos A. de la Torre, Carlos Verdugo, Alonso Alvarez de la Campa, José de Marcos, Eladio González, Anacleto Bermúdez, Pascual Rodríguez y Ángel Laborde. ¡Qué el recuerdo de los niños estúpidamente inmolados, aparte siempre a los cubanos del odio y la pasión política, que a la postre sólo engendran abominables crímenes!”

Monumento a los Ocho Estudiantes de Medicina,
otra vista del monumento.


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