Albear
Del libro escolar de historia y lectura “Historia Local de La Habana - Grado Tercero” editado en 1949 en La Habana, Cuba por el Dr. F. Armando Muñoz, impreso por P. Fernández y Cia., S. en C. Editores e Impresores Hospital Num. 619. De las secciones o capítulos del libro: “Desde las velas de sebo hasta la luz fluorescente”, “La Habana y su provisión de agua” y “La evolución de los vestidos, las comidas y las costumbres de los habaneros”: “Difícil se hace comprender cómo los indios se alumbraran con cocuyos encerrados en un güiro lleno de agujeros, porque aun cuando los cocuyos fueran muchos y despidieran una luz muy viva y los agujeros numerosos, es de pensar que los tales huecos no serían muy grandes, so pena de que, con la luz, se salieran los luminosos insectos. También sería menester que los cocuyos emitieran su luz fría, precursora de la fluorescente, de continuo. Cerrada la noche, nadie desafiaba las tinieblas de la calle a no ser por suma urgencia, haciéndose acompañar de muchos y armados, y provistos de linternas, pues a ello obligaban los perros jíbaros que vagaban por las calles, y los cimarrones que entraban de noche al pueblo, en busca de recursos. Claro que las linternas no eran de las que hoy cualquier chico acostumbra tener, y sí faroles con sus velas. En cuanto a los cimarrones eran negros esclavos fugados, que al maltrato de sus dueños preferían las hambres y los peligros del monte. La luz eléctrica es cosa relativamente reciente, pero se ha modificado mucho desde que se producía, en la punta de dos carbones, encendidos al rojo blanco, que brillaban con luz intensa, hasta nuestros días que son los del bombillo incandescente, los anuncios lumínicos de múltiples colores, y las lámparas fluorescentes que, por su ausencia de calor, aun cuando solamente por eso, nos hacen recordar la luz también fría de los cocuyos en los horadados güiros.”
“Albear, después de brillantes estudios en el colegio de Don José María Valenzuela, ingresó en el Ejército, graduose de ingeniero y viajo, por cuenta del gobierno español y realizando estudios relacionados con su carrera, por Francia, Bélgica, Holanda, Alemania e Inglaterra. Proyectó y dirigió en Cuba varias obras públicas, pero fue la del acueducto que lleva su nombre, y que surte a La Habana de agua potable aprovechando los manantiales de Vento, la que le ganaría imperecedera fama. Pero antes de hablar del Canal de Albear, volvamos a los primeros días de la historia de La Habana. Dicen que la Habana, en su asiento de la costa sur, no tuvo agua de buena calidad, que no lo eran las del Mayabeque que le surtía del necesario líquido. Dicen también que al trasladarse la villa a su primer asiento de la costa norte se proveía de las de otro río llamado Casaguas o Casiguaguas, posteriormente la Chorrera y Almendares. Divertida era la distribución al vecindario del agua de la Zanja Real. Al chorro iban los aguadores con sus pipas en carros tirados por mulas, en busca del agua que después vendían a cuatro botijas por un real. Decir que el agua de un canal descubierto y con tantos trasiegos no era pura, resulta innecesario. Durante 243 años fue La Zanja el único acueducto de La Habana. En 1835 se terminaron las obras del llamado de "Fernando VII", consistente en una tubería que desde el Husillo, atravesando el Cerro, entraba por la Puerta de Tierra, esquina de Monserrate y Muralla. Pero como no dio el caudal de aguas esperado se continuó utilizando las de La Zanja. La ciudad contaba además cerca de mil aljibes y como tres mil pozos, que desaparecieron al iniciarse la vida republicana.”
“Los pocos indios, principalmente las mujeres, que sobrevivieron a las primeras décadas de la conquista, adoptaron el modo de vestir, en líneas generales, de los europeos. Lo mismo hicieron los negros esclavos, si bien las telas que unos y otros usaban para sus vestidos, que en los hombres no pasaban con frecuencia de los pantalones, eran de las más bastas y fuertes, como la llamada cañamazo. En cuanto a los zapatos, las pocas veces que los usaban, eran de los llamados de baqueta, toscos por su hechura y de cueros malamente curtidos. Mujeres y hombres eran dados, cuando podían tenerlos, al uso de grandes pañuelos de colores y gustaban de avalorios, especialmente grandes argollas que colgaban de las gruesas orejas. Andando el tiempo se haría notar por lo pintoresco el traje de los caleseros, o negros esclavos que guiaban, montados en uno de ellos, los dos caballos que tiraban de las volantas. Arrate, en 1761, dice lo que sigue, prueba de cómo va desde entonces gustaban las habaneras del buen vestir: La calle de Mercaderes es de "extensión de cuatro cuadras, y por una y otra acera están repartidas las tiendas de mercaderías en que se halla lo más precioso de los tejidos de lana, lino, seda, plata y oro y otras brujerías y cosas de común uso, las que atraen mucho concurso es decir, concurrencia- a este paraje. Lo que se gasta es sin número de pesos ni medida. Sabemos, por el acuerdo de un cabildo en el año 1555, acerca de la venta por las cales de longanizas y buñuelos de maíz molido, por negros y otros, prueba de que, desde los primeros días, y en buena parte hasta hoy, ha sido costumbre la venta de ciertas comidas, principalmente de las llamadas frituras, por negras y negros. Éstos, en ocasiones, durante la colonia eran negros libres, o esclavos a quienes los amos daban libertad para trabajar por su cuenta, mediante el pago de cierta cantidad.
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