Monday, December 6, 2010

El Padre de la Patria y el Apóstol


Se han logrado algunas actualizaciones en guije y también en el Calendario Cubano. Las iremos intercalando hasta ver si logramos mencionarlas todas aquí:


Carlos Manuel de Céspedes
Nació el 18 de abril de 1819.
Murió el 27 de febrero de 1874.

“Pequeño de estatura era Céspedes, aunque robusto y fuerte. Cuidadoso en el vestir, amigo del baile, de montar a caballo, de hacer esgrima, de jugar al ajedrez. Y era poeta, o mejor dicho, hacía versos, y era con las damas galante como un caballero de la Edad Media -que fue, según la Historia, la edad de la galantería suprema. Pequeño de estatura era también Napoleón, amo un día de Europa; y Bolívar, fundador de cinco naciones en América. Los hombres no son grandes por la estatura, sino por sus hechos. El mundo de los hombres no es como los mercados donde lo más que se admira de los frutos es el tamaño. El valer real del hombre no está en ser gordo o flaco, bajo o alto, rubio o moreno: el valer real del hombre está en la rectitud de la conciencia, en el genio, en el talento, en el saber, en la bondad del corazón, en no amar la vida al extremo de caer, por conservarla, en el deshonor: en saber morir a tiempo, sin miedo a la muerte... Grande fue Céspedes, a pesar de sus piernas cortas. Grande por el sentimiento, por la inteligencia, por la cultura; grande por el heroísmo y por el martirio.



“De padres nobles, de nobleza natural, nace en Bayamo. Pasa los primeros años en el campo, en comunión constante con los ríos, con los montes, con las montañas. Estudia; se hace bachiller, y se hace abogado, y aprende idiomas. Viaja por España, Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, y en todas partes se halla como en casa propia; ninguna puerta se le cierra: todas se le abren. Pero la patria lo llama, y a ella vuelve. Comienza a trabajar de abogado y a escribir en prosa y verso, para distintos periódicos y para el teatro. La abogacía mana oro y la pluma conquista aplausos. Pero, en el pecho, una mano de hierro le aprieta y estruja; y es que ve a su pueblo oprimido: a sus hermanos convertidos en siervos. Y esto no debía ser: ningún pueblo tiene derecho a erigirse en amo de otro pueblo! Ni aun con el nombre de madre debía una nación tener bajo tutela a unos hijos que ya deseaban andar solos por el mundo. Solos, que aunque la tormenta los esperara; aunque el fuego de las pasiones los amenazara un día con dispersarlos o destruirlos!...



“Conspirar es delito: apelar a sociedades secretas para propagar una idea, es delito, cuando esa idea se puede expresar por medio de la prensa. Pero cuando ese medio de publicidad está vedado, y el ideal que se persigue es el de libertad, conspirar y formar sociedades secretas es justo y honrado. No son los mejores gobiernos los que saben descubrir conspiraciones y verter la sangre de los conspiradores, sino los que no dan lugar a conspiraciones: a que haya conspiradores! Así, Céspedes expresa una ocasión, en público, su manera de pensar acerca de la suerte de su país, y le cuesta una prisión. Más tarde sufre otra, y otra. El camino de los redentores está sembrado de espinas. ¡No hay Cristo sin calvario! ¿Qué hacer entonces? En el silencio del bosque y en la oscuridad de la noche se reúne con amigos y compañeros, y fragua y prepara la revolución. Y ésta tiene, por fin, su comienzo el 10 de octubre de 1868. El 10 de octubre es fecha que deben recordar con recogimiento y con ternura todos los cubanos. Ese día comenzó en Cuba la vida, si no de la soberanía, al menos de la dignidad. Hasta entonces no era más que una fábrica de hacer dinero, una factoría, un presidio rodeado de agua... fue la primera disposición de Céspedes, al levantarse en armas y enarbolar la bandera de la libertad, emancipar a sus esclavos. Si, a sus esclavos, porque en aquellos tiempos, las mujeres negras eran esclavas y se vendían cono ahora las vacas, con cría o sin cría; y los hombres negros eran esclavos y se hacía constar si eran mulequeros o mulecones. Pelea luego; ataca a Yara, con tan mala suerte, que sus fuerzas, sorprendidas, se dispersan. Con un grupo de bravos que le rodea, se obstina en resistir hasta última hora. -"Todo se ha perdido"- exclama uno de sus compañeros. A lo que él responde -"Aun quedamos doce hombres: bastan para hacer la independencia de Cuba." De esta derrota se consuela días después, al entrar victorioso en Bayamo y ser investido con el título de Capitán General del Ejército Libertador. Viene después la asamblea de Guáimaro y es nombrado Presidente de la República en armas. Y viene después su desacuerdo con la Cámara de Representantes, y, en consecuencia, una era de suspicacias y de recelos sistemáticos, de días sin sol, en que el derecho es palabra sin sentido y la ley medio de opresión, en manos de los mismos que querían cimentar la libertad y con ella el imperio de la justicia”...



Nació el 28 de enero de 1853.
Murió el 19 de mayo de 1895.

“De Martí en Cuba, como de Washington en los Estados Unidos, como de San Martín en la Argentina, como de Hidalgo en México, copio de Artigas en el Uruguay, como de Bolívar en nuestra América toda, cuanto se diga en elogio es justo. A los padres generosos, a los padres abnegados, heroicos, valiosísimos, nunca los hijos honrarán bastante. Y como a padre debemos todos los cubanos venerar a Martí, ya que él desde el amanecer de la existencia vio a cada uno de sus paisanos como a hijo. Fuera de la patria también puede y debe pregonársele, porque, aunque cubano de nacimiento, fue un hombre universal, un hombre de esos que señalan, al través de los tiempos, una hora en la vida de la Humanidad. ¿Que acontecimiento hubo a fines del pasado siglo comparable a la entrada de un pueblo en la vida de la libertad y el derecho? ¿Y no fue Cuba ese pueblo, gracias a su fe, a su tesón, a su genio, a su amor inagotable y a sus ansias de sacrificio? Sí, por él somos libres o podemos llamarnos así, aunque a veces -como lo previo él- muestre la República la mano cubierta con el guante de la colonia, o hechos dolorosos nos hagan pensar con tristeza que somos como una gota de agua en el océano: que somos una barca a merced de todos los vendavales...



“En la humildad de una casa de la calle de Paula, en la Habana, nació Martí. Fueron sus padres, españoles, personas de poca cultura y sentimientos vulgares. El laurel no brota solamente en los arriates artísticos: el laurel, en la tierra, nace donde quiera. Así el genio-salto maravilloso de la Naturaleza-encarna lo mismo en el hijo de un general y se llama Víctor Hugo, que en el hijo de un soldado y se llama José Martí. El genio nace lo mismo en la Francia republicana de principios del siglo XIX, que en la Cuba colonial de mediados de ese mismo siglo. En una escuela de barrio aprendió las primeras letras. En el colegio San Anacleto, de Rafael Sixto Casado, enseñanza elemental, y en el San Pablo, de Rafael María Mendive -educador y poeta- comenzó los estudios superiores. Desde niño empezó Martí a sobresalir en uno y otro colegio hizo gala, ante maestros y condiscípulos, de asombrosos rasgos de inteligencia y de carácter. Había nacido grande, y grande fue desde la niñez. En Grecia hubiera sido Platón o Leonidas; en Inglaterra, Cronwell o Byron; en la Argentina, San Martín o Sarmiento: sí, dondequiera, que le hubiese tocado en suerte nacer, hubiera sido grande.



“Cuando el toque de clarín en Yara llego a sus oídos, sintió latir el corazón de patriótico entusiasmo, entusiasmo que echo fuera en un soneto vibrante. Preso su amigo y maestro Mendive, al Castillo del Príncipe subía a verlo todos los días, a llevarle el consuelo de su ternura y su cariño. Cuando en 1869 el Capitán General de la isla, Domingo Dulce, decreto la libertad de imprenta, Martí, en compañía de Valdés Domínguez, comenzó a publicar un periódico titulado El Diablo Cojuelo, al mismo tiempo que dirigía La Patria Libre, periódico, este último, donde dio a la publicidad su poema Abdala, canto en que rebosa su entrañable pasión por la libertad. Al año justo de haber estallado la revolución de Céspedes, unos voluntarios lo acusaron del delito de haberse burlado de ellos al pasar por su lado, de regreso de una gran parada. Y por habérsele encontrado una carta dirigida a un compañero de aula, que servía, siendo cubano, al Gobierno de España como oficial de un regimiento, fue juzgado en consejo de guerra y condenado a seis años de presidio. Y a presidio fue llevado Martí-con diez y seis primaveras apenas-, y allí sometido a horribles torturas y sufrimientos. Lo que entonces sufrió le hizo exclamar: "Dante no estuvo en presidio. Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento (le la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Lo hubiera copiado y lo hubiera pintado mejor". Conmutada la pena, fue deportado a Isla de Pinos, y más tarde enviado a España en calidad de deportado”...

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